Ma. Teresa Medina Marroquín

Orbe

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La moral no es un árbol que da moras

lunes, 31 de agosto de 2015
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Ninguna persona puede --ni podrá por largo tiempo— negar que el diablo anda suelto, que hasta el Festival de Porky (en su versión más cochina) se quedaría corto frente al tsunami devastador de corrupción que ahoga a este país.
Y excepto que ese imaginario sujeto estuviera muy orate o fuera exageradamente cínico, negaría que la confianza en las instituciones se ha resquebrajado tanto al extremo de que nadie confía en nadie.
Hay incluso quienes afirman que esta crisis es un terrible naufragio de almas desamparadas, sufriendo un panorama apocalíptico como el narrado por Dante Alighieri en la Divina Comedia.
Y tienen razón, sin dejar de ponderar que el Gobierno federal, con todo y sus rimbombantes cambios recientes que diversos intelectuales critican de “gatopardismo” (cambiar todo para que todo siga igual), ha reaccionado ante la presión social (así como la de un mundo que nos vigila allende las fronteras), previéndose que la fiesta se reorganice para llevarse en paz.
¿Significa que el Infierno y el Purgatorio de Dante habrán de convertirse en el Paraíso con el que cierra su obra el paisano de Maquiavelo, evitándose la tragedia?
Sí y no. ¿Por qué? Simplemente porque el presidente Enrique Peña Nieto tendrá que fajarse muy bien los pantalones para que no se suscite una revuelta social, aplicando la ley y el Estado de derecho para todos (grandes y pequeños) y moralizando el ejercicio del poder.
Lo cual no sería el advenimiento de algún Paraíso terrenal, sino de un orden social sustentado en la democracia y la justicia, sin personajes radicales estilo Emilio Chuayffet, buenísimo para sonsacar de aplicarle al profesorado nacional medidas extremas, como si este fuera el único sector que estuviera regando el tepache.
Hoy en día hay estados como Tamaulipas cuyo gobierno e instituciones, pese a los infundios, luchan por ubicar a la moral (que no es un árbol que da moras, contrario a lo que decía el aterrador Gonzalo N. Santos) en un papel central.
Si no fuera así, Egidio Torre Cantú no se mortificaría por recuperar todos los días el orden social frente a una crisis nacional donde destaca la ausencia de esa virtud, ni de poner en marcha planes y proyectos de progreso a favor de la sociedad.
El combate a la inseguridad, el desarrollo turístico, la agenda energética y la lucha contra la pobreza son ejes fundamentales y claros ejemplos de la voluntad y vitalidad política del sexenio estatal.
Y ya no digamos los grandes avances que se han dado en la educación y la salud que afirman, cada vez más, un rumbo que se endereza con inversiones públicas, expandiendo las expectativas de todos.
La cuestión es si la ciudadanía que se queja siempre de lo que sucede y que por una extraña paradoja suele resistirse a los cambios, acepte de una buena vez por todas no hundirse más en ese retroceso que se vive.
A todo esto, algunas señales ya se observan desde que el partido político donde milita el Gobernador de Tamaulipas ganó las ocho diputaciones federales, cuya tendencia es la autorización social para profundizar en esas transformaciones urgentes.
Y si la corrupción está enraizada en todos los ámbitos sociales, deteriorando seriamente la base común (dejando de ser desde hace mucho tiempo una simple amenaza), valdría la pena incursionar en esos cambios antes de que, como ocurrió en otras culturas descritas por la historia, caigamos en la autodestrucción.
El impulso a las artes que el gobernador Torre Cantú continúa promoviendo, así como el encuentro de valores que el rector de la UAT Enrique Etienne Pérez del Río fomenta en niños y jóvenes, son contribuciones que suelen no valorarse en su justa dimensión, pero que son movimientos que generan riqueza intelectual y moral sin las cuales no se podrán construir en el futuro las estructuras sociales, que precisamente tendrán que realizar las nuevas generaciones.
Reconocer en estos difíciles tiempos que todo este conjunto de esfuerzos gubernamentales están encaminados a la ampliación de una vida de mayor calidad, y participar en ellos como tantos suelen hacerlo en protestas o críticas, sería redescubrir nuevos horizontes para los que vienen y para nosotros mismos.
México no puede continuar siendo una fábrica de pobres ni caldo de cultivo para la corrupción y la violencia.

Recordemos que todo lo que sembremos, eso cosecharemos.
Y A PROPÓSITO quizá valdría la pena (usted juzgue) parafrasear a César Camacho Quiroz, nuevo presidente de la bancada del PRI en San Lázaro, al opinar que en el país no pueden darse cambios que sólo convengan a los intereses de quienes provocan reacciones o protestas aisladas.

Señaló que ese camino fácil no será la forma de revertir el desprestigio de las instituciones.
¡Excelente inicio de semana!
tessieprimera@hotmail.com
columnaorbe.wordpress.com

 

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